martes, 26 de agosto de 2008

Diagnóstico

Durante la última semana, fuimos haciendo el diagnóstico de los avances, junto con otra información, del blog, en donde pusimos todo nuestro esfuerzo y voluntad. Acá lo dejamos:
En función de la solicitud de elaborar un diagnóstico narrando el proceso de trabajo de los avances presentados en el Blog previamente resuelto, y que están relacionados con el tema “Cultura popular y refinada”, anteriormente seleccionado, se proseguirá a exponer los hechos e interpretarlos a la par.

Se aclara que a lo largo de la primera parte del informe, se darán a conocer características básicas de las culturas popular y refinada, y que más adelante, sus generalidades específicas y más detalladas. Es decir que primeramente se aplicará el sentido amplio de la cultura, el cual es visto a través de la cosmovisión; y más tarde, su sentido reducido, visto a través de una visión más estrecha fundamentada en saberes específicos.

En una primera instancia, se dio a conocer el concepto de lo que es ser “grasa” hoy en día en la Argentina, pues se pensó que era la piedra angular del tema “cultura popular”. Se explicará que es, indiscutiblemente, lo que diferencia al grupo refinado del popular.

Para ello, se tuvo que leer cautelosamente un artículo periodístico que plasmaba las ideas claras del autor, Juan Becerra, sobre lo que pensaba que era “grasa”.

Así, se pudo realizar una definición, la cual sostiene que ser grasa, implica actuar, tomar hábitos o expresarse con vulgaridad, malos modales, irrespetuosa o groseramente, o de manera diferente a aquellos individuos que fueron educados y formados correctamente; o simplemente desarrollar costumbres que van en contra del buen gusto y educación.

Además, se dieron a conocer ejemplos de costumbres grasas, como por ejemplo, vestirse sin combinar los colores; hablar inadecuadamente (pronunciando mucho la letra ‘s’, o simplemente no pronunciándola); en el caso de las mujeres, maquillarse en exceso, o teñirse el pelo inadecuadamente; escuchar estilos de música cuya letra presenta al sexo, la droga y la violencia como principales recursos para ser feliz en la vida, como la cumbia villera o el reggaeton; tener incorporados gestos de mal gusto y utilizarlos inoportunamente; utilizar un vocabulario reducido y malas palabras, entre otras cuestiones. En fin, “ser grasa” implica tener incorporado un conjunto de costumbres propias opuesto al de las personas refinadas o no-populares, y es también el concepto que se utiliza muchas veces para saber si una persona es perteneciente al grupo popular o al refinado.

Se pasó entonces a establecer una relación entre el término explicado y cultura. Para ello, se recordó la definición de ésta, la cual había sido estudiada anteriormente, y que decía que era lo elaborado por la sociedad para responder a las necesidades diarias de la vida de relación de sus miembros para tratar de conocer y comprender el mundo que los rodea y para actuar en él.

Entonces sí, se construyó una relación, la cual apunta al prejuicio que una persona no-popular tiene al tomar contacto con otra que sí está dentro del grupo popular o más fácilmente hablando, grasa; y viceversa. Se lo considera a éste de “más bajeza social que otro”, lo cual se refiere a la adquisición económica, en este caso, menos cuantitativa que el individuo refinado. Se lo discrimina además por ser más ordinario, por tener malos modales o incluso, por algunos rasgos físicos (por ejemplo, la piel morena), lo cual convierte a un agravio en una actitud racista. Es también importante aclarar que el grupo refinado es muy individualista, y generalmente, considera mejores sus propias costumbres.

Asimismo, la persona grasa también establece una diferencia cultural entre ambos grupos, injuriando al otro por “ser cheto”, lo que se refiere a que usa vestimenta costosa, o por la manera en que habla, etc. Importante es destacar que estos contrastes pueden terminar en situaciones de violencia.

Sin tener un porcentaje oficial, se puede afirmar y demostrar que el grupo popular es sumamente mayor en lo que individuos respecta al refinado. Como justificación, se pueden citar los resultados de Rating (resultado de la medición de la audiencia de un programa de televisión) de cualquier día de un mes seleccionado al azar, tomando como referencia al programa “Showmatch” (Reality), el cual se considera que su público es mayormente popular, y a “Tinta Argentina” (Reporter), con mayor público, según estiman los expertos, refinada. Los resultados son los siguientes:

“Tinta Argentina”: 0.5

“Showmatch”: 27.9
Como conclusión de esta primera parte, se denotó una profunda brecha cultural entre estos dos grupos que conviven en una sociedad, y prodúcese así una identidad excluyente o negativa, en donde se niega el derecho de otros grupos a la igualdad y se desarrolla una oposición intolerante (esta característica se ve más en el grupo refinado). Además, se demostró la mayoría de personas del grupo popular en Capital Federal y GBA.

Se pasó entonces de la aplicación del sentido amplio de la cultura al reducido. Para ello, un artículo periodístico de título “Cultura popular y alta cultura”, sirvió para dar una visión más estrecha y profunda del tema.

Se pudo así construir una definición y explicación para cada una de las dos culturas en cuestión. Así, se comprendió a lo que realmente uno apunta al usar los términos “popular” y “refinada” o “de elite”, y lo que sucedió a lo largo de la historia entre ambas culturas.

Para definir el concepto de cultura de elite, fue necesario comprender el significado de ‘elite’ en primer lugar. Esa palabra, usada anteriormente a lo largo del informe, designa al conjunto de personas sobresalientes y distinguidas dentro de un grupo, en este caso dentro de una sociedad. Se conoce de esta manera a quienes se hallan en una situación de privilegio.

Entonces sí, se denominó cultura refinada a aquella que se refiere a los fenómenos culturales producidos por los miembros de un grupo de elite; y a la que representa la identidad de los grupos dominantes. Esto quiere decir que la elite cultural propone una visión que presenta su modo de vida como un modelo que domina o se posiciona por sobre los otros. Así, le otorga un valor cultural y positivo sólo a lo que pertenece al ámbito de las bellas artes, las letras, la filosofía, etc.

Se denotó aquí también la valoración de sus propias costumbres, a las que consideran superiores. Ésta característica se opone también al sentido antropológico de cultura, que no tiene apreciaciones valorativas y que engloba dentro del concepto de cultura todas las actividades humanas sin excepción de grupos sociales.

En lo que respecta cultura popular, se comprendió que intervienen en ella lo material, le espiritual, lo intelectual y lo afectivo; y que es una manifestación propia de cada sociedad que se opone a las instituciones oficiales. Asimismo abarca pautas socioeconómicas, políticas, religiosas y artísticas. Además, el término también hace referencia a aquello que nos define como pertenecientes a una nación, dando a cada persona de la sociedad cierto tipo de identidad hacia un grupo.

Se marcó también el proceso que tuvieron estos dos grupos a lo largo de la historia, pues se observó que la cultura popular se encarga también de definir la cultura de cualquier período.

Es claro que antiguamente, cuando se hablaba de cultura, se trataba de la cultura de elite. Por lo que respecta a la cultura popular, se trataba de la del mayor número de personas, pero sin real valor cultural.

Pese a la inadaptación a la época que existía entre la cultura de elite y la cultura popular, no se observaban rupturas entre ellas. Ambas culturas seguían siendo próximas particularmente en las ciudades, nutriéndose una de otra. A pesar de seguir siendo oral, la cultura popular se impregnó especialmente a través de la lectura pública y la predicación. Hubo que esperar al siglo XIX y a la lucha de clases para que se valore esa cultura popular.

Más adelante, durante el siglo XX, la explosión demográfica de los grandes centros urbanos reforzó todos los elementos de la cultura popular, como forma de conservar la identidad por parte de la población inmigrante. Además, en los últimos años, gracias al consumo masivo de diferentes objetos culturales (TV, Internet, Radio, etc.), la cultura popular comenzó a relacionarse con aspectos de la sociedad de masas. Esto trajo serios problemas especialmente en los menores, pues están expuestos a contenidos (desmedidos) no aptos para ellos.

Como conclusión final, se van a dar a conocer dos ideas que sirvan para solucionar los problemas que se narraron a lo largo del diagnóstico. Como primera medida, sería apropiado dejar de lado la caracterización tanto del grupo popular como del refinado. Aún más, sería ideal que esta idea de dejar los estereotipos de lado, se impulse lo más pronto posible entre los más pequeños.

En segundo lugar, se presentó como (posible) problema la exposición de los niños ante los MMC (Medios Masivos de Comunicación). Como solución, sería de gran importancia que el COMFER (Comité Federal de Radiodifusión), que es un organismo autárquico del Estado Nacional responsable de regular, controlar y fiscalizar la instalación y funcionamiento de las emisoras de radio y televisión en todo el país, comience a quitarle esa libertad que tienen los programas de TV de presentar contenidos no aptos para menores durante el horario de libre audiencia. Además, se ve que con el paso del tiempo, la televisión va perdiendo valor cultural de manera masiva y fugaz. Por ejemplo, existen muchos programas que se encargan de repetir lo que pasa en “Showmatch”, que además de ser un programa con mayor público popular, muestra imágenes obscenas, pues en su certamen de baile “Bailando por un Sueño” se muestran bailes prostibularios, como lo son el Pool Dance (Baile del caño) y el Streep Dance. Lo más grave es que esos programas lo hacen a cualquier hora de la tarde. De aquel modo se solucionaría este problema.
Bibliografía

- Diario La Nación, sección Cultura, Buenos Aires, Argentina, domingo 5 de noviembre de 2006.
- http://www.patriciolorente.com.ar/2007/12/21/grasa/
- http://puroshow.com/?se=10&fecha=15-04-2008
- http://www.rrppnet.com.ar/rating.htm
- http://www.wolton.cnrs.fr/ES/dwcompil/glossaire/culture.html

domingo, 3 de agosto de 2008

Otro recurso para los avances del trabajo

Hemos investigado acerca del tema que nos compete y encontramos un artículo periodístico muy peculiar, pues nos dio una mirada distinta sobre lo que es la cultura popular y la alta cultura.
En la entrevista, un destacado historiador inglés, Peter Burke, nos acerca una visión contrastante a la que teníamos hasta ahora. Es decir, del concepto de "grasa" que teníamos cuando nos referíamos a la cultura popular, pasamos a observar un término relacionado con la historia. Su utilidad, según el inglés, es la de definir la cultura de cualquier período. Además, aporta que hay muy pocas barreras entre una cultura y otra, y que hoy las matrices de la cultura popular y la alta cultura interactúan entre sí, es decir que existe una estrecha relación entre ellas, concepto que no teníamos anteriormente.
Así, la mirada excluyente que teníamos hasta ahora concluye y se puede hablar de una identidad positiva e integradora, donde se acepta la existencia de otros gropos diferentes sin considerarlos inferiores. Entonces, la cultura popular es la cultura del pueblo, la cual hace referencia a una cultura de "masas", por oposición a una cultura más elitista que sólo atañe a una parte más acomodada e instruida o específica de la población.
Ahora sí, sin más preámbulos, el artículo:
Por Cristóbal Florenzano y Marcelo Somarriva, Diario La Nación, sección Cultura, Buenos Aires, Argentina, domingo 5 de noviembre de 2006.

Cultura popular y alta cultura

Peter Burke es uno de los historiadores más prolíficos y notables de la actualidad. En esta entrevista habla de la manera en que la historia se ocupa hoy de la interacción entre los distintos niveles culturales

La oficina de Peter Burke es alta y luminosa. Está frente a uno de los muchos parques públicos que tiene la ciudad universitaria de Cambridge, en Inglaterra. Lo primero que se ve al entrar son los libros que se acumulan por todas partes. Ordenados en largos estantes sobre los muros, abiertos sobre el escritorio a un lado de la computadora, apilados a lo largo de la pieza, forman sobre el suelo de madera pequeñas torres que hay que esquivar con cuidado
Burke es profesor emérito de Historia Cultural en Cambridge y este año cumple 42 años de ejercicio académico. Cuenta que durante algún tiempo fue un pintor aficionado, pero que sus obligaciones ya no se lo permiten. Burke es uno de los historiadores contemporáneos más prolíficos y también uno de los de mayor fama mundial: al día siguiente de dar esta entrevista, lo esperaban en Taiwán y poco tiempo antes de abrirnos la puerta había recibido un mensaje electrónico de un periodista coreano. Una de las pocas distracciones que su trabajo le permite es pasear por Cambridge. No se trata, sin embargo, de un gran descanso, pues, según dice, la mayor parte de las ideas se le ocurren caminando. A diferencia de muchos que la consideran una experiencia torturante, dice que le gusta escribir. Piensa que hacerlo es un buen punto de partida para investigar, ya que sólo así se da cuenta de las cosas que necesita conocer mejor. Escribe durante las mañanas y luego camina hacia la biblioteca, donde trata de resolver las dudas que le surgieron en el trayecto.

Etnografía de Cambridge
En sus comienzos, Peter Burke estuvo muy influido por la Escuela de los Anales e incluso pensó trabajar con su fundador, Fernand Braudel. Buscando un espacio intelectual donde sus intereses de historiador pudiesen fertilizarse con las discusiones que se desarrollaban en otras disciplinas, como la filosofía y la sociología, entró a enseñar como profesor en la Universidad de Sussex. Después de haber pasado quince años allí, Burke se mudó a Cambridge. El contraste entre la atmósfera liberal de Sussex y la formalidad social y académica del Emmanuel College lo descolocó tanto que se puso a tomar notas de las maneras y costumbres de sus colegas tal como lo haría un antropólogo, apuntes que luego publicó en un artículo titulado "Notas para una etnografía de un college de Cambridge", bajo el seudónimo de William Dell.
Peter Burke mantiene una cercanía importante con Latinoamérica: está casado con la historiadora brasileña Maria Lucía Pallarés y viaja con ella todos los años a San Pablo.
- Una de sus áreas de trabajo ha sido la cultura popular. ¿Cómo percibe esta cultura hoy, cuando se habla de una aceleración del tiempo y de los cambios sociales?
-Los historiadores se han vuelto más dudosos de lo que acostumbraban acerca de si el término cultura popular sirve para definir la cultura de cualquier período y eso es, en parte, por los cambios actuales. Ahora es más difícil definir la cultura popular de lo que era hace cincuenta años; entonces los intelectuales no miraban televisión y tenían una cultura muy separada de la que tenía la gente normal. Hoy casi todo el mundo mira televisión, hasta los mismos programas, incluso quienes dicen no hacerlo. Algo bueno de esto es el surgimiento de un idioma común. Así, puedes dar una conferencia e ilustrar lo que estás diciendo a partir de un código compartido y puedes contar con que el público lo entienda. Algunos sociólogos, a mi entender acertadamente, hablan de una cultura común. Pienso que tienes que hablar de culturas, en plural, incluso hablando de individuos. Todos nosotros vivimos en una cultura común, pero participamos de varias culturas a la vez. Cuando escribí sobre la cultura popular en la Europa Occidental de comienzos de la época moderna, observé que las clases altas eran biculturales, participaban de lo que los historiadores llaman historia popular y también de una cultura educada, de la cual la gente común estaba excluida. Ahora tenemos que hablar de muchos grupos con intereses especiales. Treinta o cuarenta años atrás hubo un comité de gobierno encargado de investigar en la televisión inglesa y la comisión argumentó que la televisión inglesa tenía que reflejar a las minorías porque todos formamos parte de alguna, los que ven el cricket o la gente que observa pájaros, y así puedes hacer una lista de un centenar de cosas. Todos vivimos en una o más subculturas o minorías, hay muy pocas barreras entre una cultura y otra, y eso nos hace pensar que en el pasado la situación pudo haber sido mucho más fluida de lo que creíamos.
- ¿Cómo ve la perspectiva de la alta cultura en este contexto?
-Veo una interacción. Hoy las matrices de la cultura popular y la alta cultura interactúan. Un ejemplo de ello son las relaciones que se dieron entre el arte pop y el arte publicitario comercial en la pintura de Andy Warhol y así hay muchos otros casos. Por supuesto que esto ocurría antes, pero no ocurría tanto como ahora. Hoy muchos artistas o compositores practican esa mezcla de culturas, aun cuando los resultados podrán no ser muy populares.
-¿Qué aproximación debería tener la historia cultural a la alta cultura?
-Creo que es una tarea pendiente para los estudios culturales, particularmente en su versión anglosajona, donde me parece que la expresión se usa de manera más extendida. En ellos la alta cultura está notoriamente ausente, principalmente porque desde sus orígenes hicieron una crítica de los estudios anteriores a los que consideraban muy estrechos y exclusivos. Pienso que los estudios culturales pueden incluir también a la "alta cultura" y también extenderse hacia otros siglos.
- Usted señala que uno de los problemas que presenta la historia cultural es el de definir su objeto de estudio. Al respecto habla de definiciones de cultura que tienden a crecer. ¿Cuál definición prefiere usted?
-Si tuviera que dar una definición sería en términos de los elementos simbólicos y de los lugares donde los encuentras, es decir, si los encuentras en la vida diaria o en lo que llamamos obras de arte. Quiero evitar una definición en la que todo es cultura, porque si todo es cultura, la palabra está de más y el término no cumple función alguna. Si incluimos la vida diaria en esta acepción, hay que tener en cuenta que una comida ordinaria tiene menos que ver con la cultura que una comida especial en la que alguien celebra algo, porque esta última está más ritualizada. Esto también es relativo porque, por ejemplo, si viajas a otro país, lo que es ordinario parecerá fuera de lo común y viceversa. Cuando algo está más ritualizado, tiene un mayor contenido simbólico. Quiero mantener una multiplicidad de perspectivas y creo que el terreno común de un historiador cultural puede describirse como lo simbólico y su interpretación.

Imágenes disueltas
-¿Coincide usted con las profecías que plantean los gurúes de los medios cuando señalan que vivimos en una cultura visual?
-No cabe duda de que hoy en día hay más imágenes a nuestro alrededor de lo que solía haber en el pasado. Hay una variedad insólita de imágenes que nos rodean en todas partes. No estoy seguro, sin embargo, de que eso implique que la nuestra sea una cultura más visual que la cultura en la que vivieron nuestros antepasados, pues ellos también prestaron una enorme atención a las imágenes y poblaron sus entornos rituales y cotidianos con ellas. No diría, la verdad, que vivimos hoy en una cultura comparativamente más visual que la del pasado. Diría que vivimos en una cultura visual distinta, donde las imágenes se recambian más rápido y duran mucho menos. Un campesino del siglo XV convivía durante años con las mismas imágenes, con una escena sagrada representada en el vitral de una iglesia, por ejemplo, que llegaba a conocer de memoria hasta en sus más mínimos detalles. Era un modo de ver completamente distinto al que practicamos hoy nosotros frente a imágenes que se están deshaciendo todo el tiempo frente a los ojos.
- En uno de sus libros usted utiliza la metáfora de que el historiador de hoy debe leer imágenes, ciudades, en general textos que no están escritos. ¿Qué papel tiene la intuición en esto?
-No creo que leer imágenes deba ser sólo intuitivo, así como tampoco creo que la lectura de un texto deba ser enteramente intuitiva. Tal vez la proporción de intuición varía en los dos casos, pero yo no haría una distinción muy precisa. Los historiadores muchas veces siguen la intuición, pero deben justificar las conclusiones a las que llegan por la intuición. El problema de la intuición es que no puede aprenderse ni enseñarse, al menos en términos tradicionales. Pero creo que se puede aprender a leer imágenes y ciudades, tal como se puede aprender a leer textos. Se trata de una metáfora abierta, porque puede usarse para decir que no debemos ser tan logocéntricos y tomar las imágenes en serio. El problema es que hablamos de una "lectura" y con ello usamos un lenguaje logocéntrico para restarle importancia al imperio de las palabras.
- ¿Qué postura adopta usted en el debate contemporáneo acerca de la relación entre historia y ficción? ¿Cree usted que existen argumentos para defender a la historia de los argumentos que la consideran como una especie de ejercicio literario?
-Mi postura al respecto es moderada: creo que los historiadores construyen el pasado, pero lo construyen a partir de ciertas evidencias y materiales que existen más allá de sus posturas e imaginaciones personales. Los materiales pueden ser elegidos, combinados, ordenados e interpretados de tal manera que a través de ellos una historia en particular pueda ser contada, o algún aspecto puntual se vuelva visible. Desde ese punto de vista existen muchas similitudes con el trabajo de artesanía que da lugar a una obra de ficción. Pero a diferencia de la ficción pura, el historiador tiene que apoyarse en archivos, documentos y otro tipo de huellas que nos ha legado el pasado, que establecen límites y entregan una cierta dirección al trabajo de reconstrucción que hacemos desde el presente. Por otra parte, existe también una tradición de comentarios y lecturas de nuestro pasado histórico con la cual es saludable entablar un diálogo informado. La historia, a diferencia de la ficción pura, no opera a través de big bangs creativos que nacen de la nada. Opera más bien a través de un trabajo de reconstrucción continuo de las ideas y de los materiales que nos ha dejado el pasado. La tradición se transforma de manera incesante pero no desaparece, sin embargo, nunca del todo.
- ¿Cree usted que el historiador tiene algún tipo de responsabilidad ética con las vidas y hechos del pasado que intenta alumbrar?
-Me parece que sí, aunque no sé si yo entiendo el problema en los términos que usted llama éticos. En mi opinión, la responsabilidad del historiador en el interior de la comunidad humana más amplia en la que está inserta tiene que ver con el papel que juega ayudando a conservar la memoria de formas de vida valiosas que existieron en el pasado y que la historia tiende inevitablemente a destruir. En ese sentido, la responsabilidad del historiador, más que con el pasado, tiene que ver con el presente. El historiador puede recordarles a los hombres del presente que existen otras maneras posibles de hacer las cosas. Puede, al darles voz a las formas de vida del pasado, recordarle al presente que la manera en que nuestra cultura actual organiza y entiende el mundo no es la única, ni tampoco la mejor manera posible de hacerlo.
- ¿Pero qué posibilidad tiene el historiador de profundizar la memoria del resto de la comunidad en una época como la actual que parece estar más bien obsesionada con el futuro?
-Tengo la impresión de que a medida que la gente empieza a percibir una desconexión cada vez mayor con su pasado, en especial con las formas de vida cotidiana del pasado, se genera una reacción inversa, se genera un interés por la historia entre personas que buscan encontrar en ella algún tipo de contexto y orientación más coherentes que el que les ofrece el mundo actual. Aquí en Inglaterra, por ejemplo, la historia está pasando por un momento de auge en términos del interés del público. Y me consta que algo similar está ocurriendo en Francia y en otros países del continente. Hay muchas personas mayores de 50 años que se han convertido en lectores de historia porque están buscando reencontrase con el mundo que conocieron en su infancia: un mundo que el boom tecnológico de los últimos treinta años ha cambiado hasta volver irreconocible. De manera que no me parece que la voz del historiador en la comunidad esté condenada a morir en la irrelevancia y el aislamiento.

jueves, 24 de julio de 2008

Reelaboración de la ampliación del fundamento del tema seleccionado

En función del material ofrecido, hemos desarrollado un concepto de lo que es "ser grasa" hoy en día.
Como primera medida, necesitamos establecer una relación entre ése y cultura. Esta última la podemos definir, como ya hemos estudiado anteriormente, como lo elaborado por la sociedad para responder a las necesidades diarias de la vida de relación de sus miembros para tratar de conocer y comprender el mundo que los rodea y para actuar en él.
Ahora sí, definimos ser grasa cuando uno actúa, toma hábitos o se expresa con vulgaridad, malos modales, irrespetuosamente (puede ser hasta a veces grosero), de manera diferente a aquellos que son educados y formados correctamente, o simplemente desarrollar costumbres que van en contra de lo que no es grasa, es decir lo que no es de buen gusto, pero termina siéndolo. Algunos ejemplos de estas costumbres serían vestirse sin combinar los colores; hablar inadecuadamente (pronunciando mucho la letra s, o simplemente no pronunciándola); en el caso de las mujeres, maquillarse en exeso, o teñirse el pelo con colores extravagantes, consumir alimentos chatarra; entre otras.
Es asimismo un término despectivo dentro de la sociedad. Se puede producir así una identidad excluyente, en donde se niega el derecho de otros grupos a la igualdad y se desarrolla una oposición intolerante.
Para concluir, pensamos haber hecho todo lo que era necesario hacer en esta todavía primera etapa del trabajo. Si no fuera así, no dudaremos en completarlo.

domingo, 20 de julio de 2008

Ampliación del Fundamento

Decidimos citar un informe acerca del concepto "grasa", escrito por el periodista Juan Becerra el año pasado. Nos paraece que nos da una idea mucho más detallada de lo que es ser "grasa" en la Argentina, es decir, de la "cultura popular":
Grasa

Grasa era originalmente una calificación que cargaba con una determinación de clase: grasas eran los pobres, sus fealdades, su lenguaje, sus gustos. Eva Perón, en una operación discursiva que buscaba reemplazar por afecto el desprecio que llevaba consigo el calificativo, llamaba a sus descamisados “mis grasitas”, pero no por ello acortaba la distancia de clase que connotaba. Con el tiempo sus significados comenzaron a ampliarse: comenzó por ejemplo a incluir aquello que quedara escandalosamente fuera de los límites aceptados por la moda. Una persona vestida de manera extravagante es sofisticada o es grasa; que sea uno u otro depende del observador y, muchas veces, de la identidad de quien comete la extravagancia.

Poco a poco la calificación fue corriendo hacia esta novedad su ámbito de aplicación, y al mismo tiempo fue perdiendo su determinación de clase. Grasa pasó a ser, desde los tiempos de Serú Girán, el mal gusto, lo burdo, la chabacanería, el humor groseramente fácil y repetido, la exhibición orgullosa de estupidez. No son grasas la superficialidad ni la frivolidad: lo grasa es pretender que sean profundas.

Grasa también es el título de un libro que colecciona artículos periodísticos de Juan Becerra, publicados algunos de ellos en la revista Los Inrockuptibles. Al ser una colección de artículos pensados originalmente como piezas unitarias, no tienen entre sí una fuerte hilación, pero cada uno de ellos es una mirada ácida y perspicaz sobre el escenario omnipresente de la grasada nacional: desfilan por allí Roberto Giordano, Marcelo Tinelli, Alan Faena, Baby Etchecopar, los inefables teleperiodistas del fútbol, Jorge Bucay, Rodolfo Ledo, Gran Hermano…

Todos los personajes (y por ende todas las crónicas del libro), reconocen un único objeto de deseo, un único dios en cuyo altar todas las ofrendas son legítimas, un ángel de la guarda que provee todas las necesidades de la vida terrena: la fama. El culto a la personalidad y, si es posible, el culto a la propia personalidad, es proveedor de sentido y fin último de la búsqueda vital de los grasas. La fama no sólo legitima el chiste humillante de Tinelli: también justifica someterse a la humillación por parte de la víctima que recibe a cambio sus diez minutos de televisión. La fama es premio suficiente para que agraciadas niñas compitan públicamente por la bragueta de Robbie Williams: no lo hacen por amor, ni por deseo, ni siquiera por curiosidad o aburrimiento, sino porque saben que quien se meta en esas sábanas tendrá centímetros de prensa, fotos de tapa, y, lo más importante, minutos de tele. Quizás hasta sean invitadas a recluirse en la casa de Gran Hermano o -escala fundamental en sus carreras- a exhibirse por un sueño.

Tal es así que se puede poner en riesgo, incluso, la propia vida, a partir de sobrevalorar la cualidad de ser famoso. Roberto Giordano, quien ha publicitado por todos los medios posibles su devoción por Boca Juniors, al ser emboscado y apaleado por hinchas de River Plate a la salida de un clásico, no tuvo mejor idea que gritar “No me peguen, soy Giordano”, frase que él creía mantra protector y que se transformó inmediatamente en cruel chiste popular. El decía “soy Giordano” y decía luces de neón, pasarelas, modelos bellísimas, sofisticación, lujo, creyendo que sus agresores no podrían sino rendirse ante su mismo altar. Los hinchas de River, que le pegaban precisamente porque era Giordano, simplemente veían confirmada la identidad de su víctima y arremetían con más violencia.

En algunos artículos, como en los que habla de Bucay, Faena y “el Angel” Etchecopar, hay quizás un hilo conductor más evidente: la estupidez autorreferencial. Bucay con su discurso místico, barato y autorreferente. Faena, con su delirio de Nerón previo al incendio de Roma -construiste un hotel, Faena, no una nueva religión, bajá un cambio-, quien sufre la pequeña venganza del cronista al apagar su grabador antes de tiempo y mostrarse indiferente ante su divagaciones. Etchecopar, con su ¿humor? barato, agresivo, prefascista, y, cómo no, autorreferente. Presumo que hay distintos grados de grasa: el grasa que se ha perfeccionado construye un discurso circular, con él en el centro, cuyo contenido es incomprensible o idiota… y muchas veces los dos al mismo tiempo.

Lo que lleva a una paradoja: no se sabe si hay quienes han logrado hacerse famosos por decir estupideces o si es la fama que los habilita a decirlas con impunidad. Una especie de paradoja del huevo y la gallina aplicada a los grasas que han conseguido celebridad.

El libro también se hace espacio para incursionar en algunas costumbres legislativas, vinculadas al patriotismo acomplejado, a la mediocridad de algunos de nuestros representantes y a la fantasía reaccionaria de pensar que los símbolos son autónomos de los valores que deberían expresar (y peor: aún más importantes que ellos). La historia, al fin y al cabo, suele no enseñar nada (o los ciudadanos insistimos en no aprender, quién sabe), y siempre existe la tentación de construir una estética de Alemania del Tercer Reich. El artículo habla sobre la pretensión de una legisladora que de aprobarse hubiera obligado a mostrar la bandera argentina durante un lapso mínimo en todas las producciones cinematográficas nacionales, medida que quizás fuera bienvenida por Rodolfo Ledo, quien también se ha hecho digno merecedor de un artículo en Grasa.

Un párrafo especial merece el artículo-ensayo dedicado a Marcelo Tinelli, en el que Becerra hace una lúcida descripción del estilo Tinelli, de la evolución (?) de Videomatch, de sus producciones más ambiciosas, del humor fascista que siempre se mantiene a pesar de los cambios y de la farsa caritativa de bailando/patinando/pelando por un sueño.

El macrismo, los especialistas de los noticieros televisivos, los periodistas de fútbol encabezados por el ubicuo y sinuoso Fernando Niembro, las grupies, la fugaz estrella de Madonna Quiroz y su abogado el ecológico ex juez Llermanos, los refinados mercaderes de arte como Zaldívar -a quien horroriza la idea de que el arte pueda reflejar la sociedad, recuerda aquella viñeta de Mafalda donde el magnate pretende que la pobreza no es pobre sino pintoresca-, tienen su lugar en esta variada galería que Becerra nos presenta en sus relatos.

Grasa, retratos de la vulgaridad argentina: huelga decir que lo recomiendo vivamente para acompañar la heladerita y la sombrilla cuando nos acerquemos a la playa o a la pelopincho.

sábado, 12 de julio de 2008

Presentación y Fundamentación del tema

Para empezar con este Blog, vamos a presentar el tema.Pudimos decidirnos y por lo tanto elegimos el título "Cultura popular y Cultura refinada"
Nuestros fundamentos son los siguientes:
- Poder aclarar las diferencias sociales dentro de la Argentina, mostrando sólamente la realidad, además de nuestra opinión personal;
- Descubrir nuestra actitud frente a los estímulos externos (según la cultura en la cual nos hemos desarrollado, reaccionaremos de manera distinta ante dichos estímulos) y así aplicar lo descubierto en nosotros mismos;
- Aclarar y especificar la diferenciación entre cultura "popular" y "refinada", dando ejemplos y justificándolos;
- Desarrollar todo lo que sepamos y conozcamos acerca de el tema, el cual nos parece interesante y nada sencillo de afrontar;
- Además investigar acerca del mismo;
- Y en fin, comprometernos con la divulgación y promoción de nuestro trabajo.