Podemos diferenciar dos tipos
de disolución: la disolución, propiamente dicha, que afecta a las
evaporitas, y la disolución
cárstica (o carbonatación), propia de las rocas carbonatadas y
que es responsable del relieve
cárstico. La disolución cárstica conlleva al existencia de agua acidula (que lleva en disolución ácido
carbónico) que ataca a rocas que contengan calcio, sodio, potasio y, en
general, óxidos básicos. La formación del relieve cárstico implica un proceso
muy complejo que combina otras reacciones químicas o físicas. En general consta
de tres
etapas: la disolución directa por acción del agua, la acción química del ácido carbónico (hasta consumirse),
que produce bicarbonato cálcico y la captación de nuevo gas carbónico para repetir las dos primeras fases.
La disolución cárstica presenta una eficacia diferente dependiendo de la
temperatura y la humedad ambiental, así como de la cubierta vegetal.
Tras la
disolución aparecen residuos insolubles, residuos de disolución, como la arena y la arcilla de
descalcificación: terra rossa o arcillas con sílex. Los elementos disueltos también pueden
precipitar tras una migración. Estas acumulaciones pueden ser notablemente
potentes y forman costras, como los encostramientos de las
estepas semiáridas, y las corazas
y caparazones de las sabanas.