La
existencia de las ondas electromagnéticas fue demostrada matemáticamente por
primera vez, en 1873, por el escocés Clerk Maxwell, quién las definió como
análogas a la luz. Pero noventa años más tarde ellas van a ser descubiertas
experimentalmente, abriéndose campo a su utilización. Este descubrimiento se
debe al físico alemán Enrique Hertz –nacido en 1857- quién durante cuatro años
se dedicó a verificar la teoría de Maxwell en el sentido de que ondas más
largas que las de la luz podrían producir efectos electromagnéticos. Hertz
partía de la suposición básica de que si se producía una descarga eléctrica
entre dos terminales altamente potentes, el éter lograría reflejar esos
impulsos.
Los
cuatro años que demoró la investigación fueron largos y agotadores para el
tenaz físico alemán. Finalmente, en 1886, anunciaba que había logrado
transmitir señales de un cuarto a otro, en su propio laboratorio de Karlsruhe.
Las ondas electromagnéticas, que serían conocidas definitivamente como
"ondas hertzianas", piedra angular de la telegrafía sin hilos, había sido descubierta.
De
criterio eminentemente científico, Hertz no se detuvo a medir las posibilidades
utilitarias de su gran descubrimiento, hecho que sí fue explorado por otros
hombres de ciencia posteriores, entre ellos Guillermo Marconi. Por otra parte,
los elementos de este invento eran muy simples. Para hacerlo operar bastaba
utilizar un emisor apropiado y un receptor con arco de latón. El emisor
apropiado para Hertz fue el carrete o bobina de Ruhmkorff, creación del físico
alemán Heinrich Ruhmkorff, que permitía, por medio de interrupciones muy
rápidas, desarrollar una corriente continua primaria de alta tensión en un hilo
secundario muy fino.