Buenos ratos |
EL PLACER DE APRENDER
|
|
En estos momentos María Antonia estudia árabe. Un día, enredada en las numerosas vocales de este idioma tan voluptuoso, comentó a su familia: “Me gustaría que existiera un mecanismo que te lo implantaran en el cerebro y que de repente, ¡zas!, hablaras árabe por los codos”. Su hijo Hugo, que estudia chino, se quedó pensando y contestó: “Pues a mí no me gustaría, la verdad, porque en ese caso te perderías el placer de aprender”. Y María Antonia, mujer consciente, le dio la razón a su hijo, porque lo único que le mueve a estudiar árabe es su placer de aprender. Si observamos a un niño pequeño ocupado en dominar alguna destreza, enseguida nos damos cuenta de que aprender es un acontecimiento absorbente y estimulante a la vez. Para el niño ese proceso es diversión. Además, no se encuentra inhibido por el miedo al fracaso. “Puesto que aprender es jugar –sostiene D. Trinidad Hunt en el libro Desarrolla tu capacidad de aprender– y no arriesgamos nada cuando jugamos, para el niño no existe el fracaso; todo es descubrimiento. El modo “equivocado” es el camino por el cual se descubre el modo “correcto”. Si convertimos el aprendizaje en un juego, transformándolo así en una diversión, podemos comenzar a fundir el intelecto magnificamente desarrollado del adulto con esa sensación de admiración y maravilla que se experimenta en la infancia. El mundo de por sí es un acontecimiento maravilloso y hay algo maravilloso en nuestra capacidad para integrarnos en él, absorberlo y aprender de él”. El proceso de aprendizaje nos llena de vitalidad. Adquirir determinados conocimientos o habilidades nos proporciona una enorme confianza en nosotros mismos, es como si de pronto creciéramos unos centímetros, tal vez un metro. Nos sentimos a gusto, habitando nuestro cuerpo y habitando el mundo. Sin embargo los adultos bloqueamos con un miedo irracional nuestro impulso a explorar nuevos universos. “Los adultos no son, como creemos, seres “maduros”: todos somos en mayor o menor medida casos de desarrollo detenido. Por eso debemos “desatascar” nuestro aprendizaje”, asegura Guy Claxton, profesor de Psicología de la Educación en la Universidad de Londres. Pero los reveses y decepciones de la vida hacen que nos sintamos perdidos, desamparados, como un niño de cuatro años extraviado en un zoco marroquí. Ahora bien, ya no somos pequeños, sino personas mayores, gente que ha vivido experiencias buenas y malas, y que a través de ellas nos hemos representado un mundo subjetivo, para unos amplio y estimulante, para otros cerrado y opresor. Por eso aquellos que viven temerosos de la vida deben atreverse, por difícil que les parezca, a abrir nuevas puertas e iniciar otros caminos que les conduzcan a realidades diferentes.
De hecho, cada vez que logramos algo importante –el carnet de conducir, aprobar una oposición, cocinar con éxito la última receta, mantener una conversación coherente en inglés, ser más pacientes con nosotros mismos y con los demás...– se nos abre una nueva puerta. Nos percibimos más sólidos, más altos, más seguros. El mundo se despliega ante nosotros y nos revela múltiples estancias, muchas más de las que imaginábamos en un principio. En cambio, cuando el miedo se apodera de nosotros, concebimos el mundo como una pequeña dependencia, tan estrecha que no nos atrevemos ni a dar un solo paso por miedo a chocarnos y producirnos un doloroso chichón. Preferimos, al igual que la Bella Durmiente, quedarnos esperando a que un Príncipe nos despierte a la vida. Pero ese “Príncipe” nunca llega, porque en realidad llegó hace tiempo, lo tenemos dentro de nosotros, y somos nosotros mismos quienes hemos de darnos ese beso liberador que nos abra los ojos y nos conecte al fluir mágico de la vida No debemos olvidar que la naturaleza misma de la existencia es aprender, lo cual nos lleva a la libertad y a la transformación. Pero la transformación no es un fin en sí mismo, sino un proceso continuo, interminable y dinámico que nunca está completo. Como primera medida sería bueno cambiar nuestra actitud frente al aprendizaje y aceptar los errores como lo que son: una forma de aprender y no el resultado último de haber aprendido mal. Este cambio de percepción convierte todos los pequeños fracasos en enmiendas y todas las enmiendas en aprendizaje. Mediante una serie de correcciones a lo largo del camino finalmente llegamos al objetivo. Cuando nos liberamos de las cadenas y trabas de las actitudes mentales limitadoras descubrimos una vez más nuestra inteligenca innata. Una persona con los ojos y el corazón bien abiertos obtiene un gigantesco provecho de todo lo que aprende, mientras que una persona dormida cerrará su mente y su alma a los fascinantes regalos que le ofrece la vida. El milagro del aprendizaje consiste en que nos hace crecer como personas, y cuando crecemos como personas mágicamente cambia nuestra percepción del mundo, pues todo lo que nos rodea crece también. “Crece y se producirá crecimiento a tu alrededor, porque en realidad la vida va de aprender y crecer, y la razón de que estemos aquí es precisamente eso: aprender y crecer”, afirma D. Trinidad Hunt. Nereida Cuenca |
|||||||||||||
|
|administración| |educación|| |consumo| |opinión| |breves| |reportajesl| |viajes| |columna| |el navegante| |perfil| |información Muface| |entrevista| |agenda| |libros y revistas| |salud| |bienestar| |staff| |ediciones atrasadas| |